lunes, 9 de enero de 2017



COLEGIO SUPERIOR PARA LA EDUCACIÓN INTEGRAL
INTERCULTURAL DE OAXACA.

BACHILLERATO INTEGRAL COMUNITARIO NO. 45, DE SAN PEDRO ÑUMÍ.
C.C.T. 20EBD0045Z


“RELATOS DE HORROR, ENFERMEDAD Y SUFRIMIENTO.”
ANTOLOGÍA DE 5 CUENTOS, DE HORACIO QUIROGA, EN MIXTECO Y ESPAÑOL.
(MIXTECO VARIANTE DEL MUNICIPIO DE SAN JUAN ÑUMÍ)





MÓDULO III: CIENCIA Y COMUNIDAD.

ENERO 2017




BACHILLERATO INTEGRAL COMUNITARIO No. 45,
DE SAN PEDRO ÑUMÍ.

MÓDULO III: CIENCIA Y COMUNIDAD.


“RELATOS DE HORROR, ENFERMEDAD Y SUFRIMIENTO.”
ANTOLOGÍA DE 5 CUENTOS, DE HORACIO QUIROGA, EN MIXTECO Y ESPAÑOL.



COMPILADORES:

GARCÍA LOPÉZ RUBIEL
SOSA JOSÉ LUIS MIGUEL
CHÁVEZ SOSA OBED
REYES CHÁVEZ LUIS FERNANDO
MARTÍNEZ CRUZ MIGUEL GERARDO


Prólogo


RELATOS DE HORROR, ENFERMEDAD Y SUFRIMIENTO.
“Lo bueno de recibir torturas constantes, es que aprendí a acostumbrarme a ellas, y gracias a eso, ya no hay forma de que otras torturas puedan ser peores.” (Rubiel García)

Para los compiladores de la presente antología, hablar de Horacio Quiroga, es hablar de uno de los genios más influyentes de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Al ser Quiroga, un obsesivo lector de Edgar Allan Poe, es sorprendente para nosotros que, dentro del mundo literario, se hagan comparaciones entre estos dos autores, debido a que, Horacio es puesto, por gente crítica, al mismo nivel de escritura, del autor que a él le fascinaba leer. Y es gracias a ello, que podemos percatarnos de la calidad e importancia de sus obras, las cuales, en su mayoría buscamos, leímos, analizamos y seleccionamos; los mejores cuentos de Horacio Quiroga, de acuerdo a nuestro criterio literario.
Relatos de Horror, enfermedad y sufrimiento, es una colección de 5 cuentos, codificados en mixteco (variante del municipio de San Juan Ñumí) y español; la codificación del mixteco, se llevó a cabo a partir de las versiones recopiladas en español, por lo que, incluimos ambas versiones.
La interpretación de los textos contenidos en esta antología, en una lengua indígena, fue toda una hazaña para los colectores, puesto que, se trató siempre de mantener al margen el contenido de los relatos, es decir, transcribir el texto tal cual, al mixteco, sin alterar ni omitir fragmentos, para que el suspenso, el terror y el realismo de las obras, mantuviera en línea todas las emociones destinadas a manifestarse en el lector.


Horacio Quiroga, tiene un estilo peculiar para sus obras: es muy descriptivo, lo que nos ayuda a no perder detalle algunos de sus narraciones, por lo que, los compiladores, nos tomamos la dicha de invitarlos a leer los relatos de horror, enfermedad y sufrimiento, aquí presentados, escritos por un icono de la literatura moderna.




LA GAMA CIEGA



Español

Mixteco
LA GAMA CIEGA

ISU KUA

Había una vez un venado - una gama-, que tuvo dos hijos mellizos, cosa rara entre los venados. Un gato montés se comió a uno de ellos, y quedó sólo la hembra. Las otras gamas, que la querían mucho, le hacían siempre cosquillas en los costados. Su madre le hacía repetir todas las mañanas, al rayar el día, la oración de los venados. Y dice así:
 I Hay que oler bien primero las hojas antes de comerlas, porque algunas son venenosas. II Hay que mirar bien el río y quedarse quieta antes de bajar a beber, para estar seguro de que no hay yacarés. III Cada media hora hay que levantar bien alto la cabeza y oler el viento, para sentir el olor del tigre.
 IV Cuando se come pasto del suelo, hay que mirar siempre antes los yuyos para ver si hay víboras. Este es el padrenuestro de los venados chicos. Cuando la gamita lo hubo aprendido bien, su madre la dejó andar sola. Una tarde, sin embargo, mientras la gamita recorría el monte comiendo las hojitas tiernas, vio de pronto ante ella, en el hueco de un árbol que estaba podrido, muchas bolitas juntas que colgaban. Tenía un color oscuro, como el de las pizarras. ¿Qué sería? Ella tenía también un poco de miedo, pero como era muy traviesa, dio un cabezazo a aquellas cosas, y disparó. Vio entonces que las bolitas se habían rajado, y que caían gotas. Habían salido también muchas mosquitas rubias de cintura muy fina, que caminaban apuradas por encima. La gama se acercó, y las mosquitas no la picaron. Despacito, entonces, muy despacito, probó una gota con la punta de la lengua, y se relamió con gran placer: aquellas gotas eran miel, y miel riquísima, porque las bolas de color pizarra eran una colmena de abejitas que no picaban porque no tenían aguijón. Hay abejas así. En dos minutos la gamita se tomó toda la miel, y loca de contenta fue a contarle a su mamá. Pero la mamá la     estaba ciega. La llevó paso a paso hasta su cubil, con la cabeza de su hija recostada en su pescuezo, y los bichos del monte que encontraban en el camino, se acercaban todos a mirar los ojos de la infeliz gamita. La madre no sabía qué hacer. ¿Qué remedios podía hacerle ella? Ella sabía bien que en el pueblo que estaba del otro lado del monte vivía un hombre que tenía remedios. El hombre era cazador, y cazaba también venados, pero era un hombre bueno. La madre tenía miedo, sin embargo, de llevar a su hija a un hombre que cazaba gamas. Como estaba desesperada se decidió a hacerlo. Pero antes quiso ir a pedir una carta de recomendación al Oso Hormiguero, que era gran amigo del hombre. Salió, pues, después de dejar a la gamita bien oculta, y atravesó corriendo el monte, donde el tigre casi la alcanza. Cuando llegó a la guarida de su amigo, no podía dar un paso más de cansancio. Este amigo era, como se ha dicho, un oso hormiguero; pero era de una especie pequeña, cuyos individuos tienen un color amarillo, y por encima del color amarillo una especie de camiseta negra sujeta por dos cintas que pasan por encima de los hombros. Tienen también la cola prensil, porque viven siempre en los árboles, y se cuelgan de la cola. ¿De dónde provenía la amistad estrecha entre el Oso Hormiguero y el cazador? Nadie lo sabía en el monte; pero alguna vez ha de llegar el motivo a nuestros oídos. La pobre madre, pues, llegó hasta el cubil del oso hormiguero. -¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! -llamó jadeante. -¿Quién es?-respondió el Oso Hormiguero. -¡Soy yo, la gama! -¡Ah, bueno! ¿Qué quiere la gama? -Vengo a pedirle una tarjeta de recomendación para el cazador. La gamita, mi hija, está ciega. -¿Ah, la gamita?-le respondió el Oso Hormiguero-. Es una buena persona. Si es por ella, sí le doy lo que quiere. Pero no necesita nada escrito... Muéstrele esto, y la atenderá. Y con el extremo de la cola, el oso hormiguero le extendió a la gama una cabeza seca de víbora, completamente seca, que tenía aún los colmillos venenosos. -Muéstrele esto- dijo aún el comedor de hormigas-. No se precisa más. -¡Gracias, Oso Hormiguero!- respondió contenta la gama-. Usted también es una buena persona. Y salió corriendo, porque era muy tarde y pronto iba a amanecer. Al pasar por su cubil recogió a su hija, que se quejaba siempre, y juntas llegaron por fin al pueblo, donde tuvieron que caminar muy despacito y arrimarse a las paredes, para que los perros no las sintieran. Ya estaban ante la puerta del cazador. -¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!- golpearon. -¿Qué hay?- respondió una voz de hombre, desde adentro. -¡Somos las gamas!... ¡ Tenemos la cabeza de víbora! La madre se apuró a decir esto, para que el hombre supiera bien que ellas eran amigas del Oso Hormiguero. -¡Ah, ah!- dijo el hombre, abriendo la puerta-. ¿Qué pasa? Venimos para que cure a mi hija, la gamita, que está ciega. Y contó al cazador toda la historia de las abejas. -¡Hum!... Vamos a ver qué tiene esta señorita- dijo el cazador. Y volviendo a entrar en la casa, salió de nuevo con una sillita alta, e hizo sentar en ella a la gamita para poderle ver bien los ojos sin agacharse mucho. Le examinó así los ojos, bien de cerca con un vidro redondo muy grande, mientras la mamá alumbraba con el farol de viento colgado de su cuello. -Esto no es gran cosa- dijo por fin el cazador, ayudando a bajar a la gamita-. Pero hay que tener mucha paciencia. Póngale esta pomada en los ojos todas las noches, y téngala veinte días en la oscuridad. Después póngale estos lentes amarillos, y se curará. -¡Muchas gracias, cazador!- respondió la madre, muy contenta y agradecida-. ¿Cuánto le debo? -No es nada- respondió sonriendo el cazador-. Pero tenga mucho cuidado con los perros, porque en la otra cuadra vive precisamente un hombre que tiene perros para seguir el rastro de los venados. Las gamas tuvieron gran miedo; apenas pisaban, y se detenían a cada momento, Y con todo, los perros las ofgatearon y las corrieron media legua dentro del monte. Corrían por una picada muy ancha, y delante la gamita iba balando. Tal como lo dijo el cazador se efectuó la curación. Pero solo la gama supo cuánto le costó tener encerrada a la gamita en el hueco de un gran árbol, durante veinte días interminables. Adentro no se veía nada. Por fin una mañana la madre apartó con la cabeza el gran montón de ramas que había arrimado al hueco del árbol para que no entrara luz, y la gamita con sus lentes amarillos, salió corriendo y gritando: -¡Veo, mamá! ¡Ya veo todo! Y la gama, recostando la cabeza en una rama, lloraba también de alegría, al ver curada su gamita. Y se curó del todo; Pero aunque curada, y sana y contenta, la gamita tenía un secreto que la entristecía. Y el secreto era éste: ella quería a toda costa pagarle al hombre que tan bueno había sido con ella, y no sabía cómo. Hasta que un día creyó haber encontrado el medio. Se puso a recorrer la orilla de las lagunas y bañados, buscando plumas de garza para llevarle al cazador. El cazador, por su parte, se acordaba a veces de aquella gamita ciega que él habia curado. Y una noche de lluvia estaba el hombre leyendo en su cuarto muy contento porque acababa de componer el techo de paja, que ahora no se llovía más; estaba leyendo cuando oyó que llamaban. Abrió la puerta, y vio a la gamita que le traía un atadito, un plumerito todo mojado de plumas de garza. El cazador se puso a reír, y la gamita, avergonzada porque creía que el cazador se reía de su pobre regalo, se fue muy triste. Buscó entonces plumas muy grandes, bien secas y limpias, y una semana después volvió con ellas; y esta vez el hombre, que se había reído la vez anterior de cariño, no se rió esta vez porque la gamita no comprendía la risa. Pero en cambio le regaló un tubo de tacuara lleno de miel, que la gamita tomó loca de contenta. Desde entonces la gamita y el cazador fueron grandes amigos. Ella se empeñaba siempre en llevarle plumas de garza que valen mucho dinero, y se quedaba las horas charlando con el hombre. El ponía siempre en la mesa un jarro enlozado lleno de miel, y arrimaba la sillita alta para su amiga. A veces le daba también cigarros que las gamas comen con gran gusto, y no les hacen mal. Pasaban así el tiempo, mirando la llama, porque el hombre tenía una estufa de leña mientras afuera el viento y la lluvia sacudían el alero de paja del rancho. Por temor a los perros, la gamita no iba sino en las noches de tormenta. Y cuando caía la tarde y empezaba a llover, el cazador colocaba en la mesa el jarrito con miel y la servilleta, mientras él tomaba café y leía, esperando en la puerta el ¡tan-tan! bien conocido de su amiga la gamita. Libros grat

Ni o in kivi in isu ja ni o uu se'eti, in ja ku'e nu isu. In bilu lluku ni jaati in isu, te ni quendoo va tu'un kiti si'i. Te taka isu, ja kai ni ka kutoñati, ni ka skityiti yicati.
Nanati sa'ati na ka'a dikaniti di'i ne'e, sa'a isu. Te ka'a su'a:
I. Ta'ani va'o da'a yuku ñusa kao, kuetyi ja yuku ii kuy.
II. Ji kunde'e va'o yute te ji kendo titi'o txinaka ja nuo ko'o, sava ja na koo va'a.
III. Nu sava hora kanuu ndaneo yiquitxinio te ta'anio kaji, ja kunio txiko kiti txee.
IV. Nu kajai ite kanuu ja kundeo txinañu'u, japero kundeo txi tuna koo.
Ja ya'a ku sa'a isu kueli. Nu ni kutua va'ati, ni sia nanati nada kunta vatu'unti.
In janini, neene isu juntaati yuku jaati da'a yute, ni jiniti in yavi nu in yutu te'eyu, kua tibolo ka ndutaka tutu. Ja tuu la kakuy.
¿Nu kuu? Yu'uti jaku, so kay so'oti, te ni kuuti yikitxiniti nu jañu.
Ni jiniti ja ni kandatai. Te ni keko tiuku kua, te ka jika ñamati siky.
Ni tande isu, te tu ni ka tuña tiuku. Kue, ñute, kai kue, ni jaati jaku ji yaati: te ndute ñu txi ndutxi ku, te nditxi asi ndiva'a, te tu ja tuuti txi ntuna iñuti.
Nu in nununi ni ji'iti ndi'i ditxi, ñute ni ja'ati ni ndakaniti nu nanti.Te ni kutxe nanati -koto mara se'e- ni ka'ati -ji ña'ama ñuñu-. Nduxti ka'i asi, so kai ii tabaoi. Maku kivira ji ña'ama jinira.
Kai kutoo isu: -¡So tu katuti nana!-.
- ka'a kue'era- ni ka'aka  nana -Vita si tunu ndo'ora, o kiti txee.
- ¡Ja nana! ¡Ja nana!- ni ka'a isu lule. So ja ni sa'ati ja ne'e ku ja ni dkiti ityi ni ka njune tee, ja na kuni va'ti ña'ama ñuñu.
 Ñute ni jiniti in. Vita txi ñuñu tuu, suni tuku ka ña'ama, te ni ka'a isu ja asika ndutxi.
Ni ndca'ati ja ni ka'a nanati so tu ni kandijati te ni kuuti txiniti ña'ama.
¡Ni ma sa'ati nike! Ni keko kai kua ñuñu, te kai ni katuñati ndikuititi jode nduchinuti.
Te isu kai ni jinuti ja jatu ji jaja tu, ñute ni jacuiti txi tuka tuu nuti, ni kendo junto.
Ni ka ja ndutyinuti, te ni kendo titi'iti ni'iti ja jatu ni daiti.
-¡Nana!...¡Nana!...
Nanati ni ke ndadukuñati, ñute ni dani'iñati, te tu jiniti nu sa'ati ja kua se'eti, ni dakaneñati te kuano'oti ve'eti, te ityi taka kiti ka nde'eti nduchinu isu.
Tu jini nanati nu sa'ati. Jiniti ja o in tee nini sa'a tata. Ja'anite isu so va'a inite.
Yu'u nanati, tu jiniti nu sa'ati, ni ndacani'initi te ki'inti ji se'eti. Txinaca ni ja'ati ni jicati in tutu nuevas kiti ja tioko, japero nita'anti ji tee.
Ni chu'uti isu ñute ni keti, te ni chute'eti yuku nu jakunica tiña kiti txe. Nu ni kentani no o ta'anti kai ni kuitati.
Kitia kuti in koru jaa tioko, so luleti ji kuti ja kua.
¿Denu baji ja nita'anti ji tee? Tuna jini.
Nana da'avi ni kenta ve'e kiti ja tioko.
-¡Tan!, ¡tan!, ¡tan! Ni ka'anti.
-¿Na kuu?- ni ka'a kiti ja tioko.
- ¡Kuja isu! -
- ¿Te nu kuini isu? -
-In tutu ja ste'enja nu tee. Isu lule ku se'eja te kuati.
-¿Isu?- ni ka'a kiti ja tioko-. Kuti in ñayivi va'a. Tuja ja mati ku txi tari nu kuinira. So tuu kanu in tutu... ste'e jaya'a te ni ña'ati txini in koo, ja ni llityi.
- Ste'e ja ya'a- ni ka'a kiti ja tioko.
-kuta'aviri- ni ka'a isu-. Suni va'a inini.
Ni ya'ati nu o ve'eti, t ni dake'eti se'eti, te unduti ni kentako ñuu, te kue ji ni katadeti yika ve'e sava maku ji ta'aniña ti'ina jiti. Ni kentakoti ye'e ve'e tee.
-¡Tan!, ¡Tan!, ¡Tan!- ni kakuti ye'e.
-¿Nu o? Ni ka'a
- ¡Isu ka kuja!...¡Ka duba'aja txini koo!
Nana ni ka'a ñama na kunite ja nita'aña ji kiti ja tioko.
-¡Ah, ah! Ni ka'ate te junete ye'e-.¿Nu kuu?
-Vajikoja na sa'a tatani se'eja, o kuati.
Te ni dacaniti nu ni kuu ji ñuñu.
-¡Hum!... Ji kundeo nu ndo'oña-ni ka'ate. Te ni ka'ate na ka sukuti, sava na ku kunde'ete dutyinuti. Ni de'e va'ate dutyinuti nene tu'u nanati na kutuu nuti.
-Masu ja kue ku- ni ka'ate-. So ji kundetoo. Tyi'i jaya'a dityinuti di'i jakua ji kudeva'ati oko kivi nu nee, ji sko'o jaya'a nuuti te nduba'ati.
-¡Kuta'aviri!- ni ka'a nana ji kay kutoña- .¿Nasa ditaja?
-tunu kuu- ni ka'ate- na kunde'eña txi ka'o ti'ina ka diki isu.
Ni ka yu'u isu; dinuu dinuu ka de'eti txi tuna ti'ina.
Suna ni ka'ate ni oti nu jakua oko kivi.
-¡De'eja nana! ¡De'eja di'i!
Te ni keja'ati jakuti ja kutoti ja nini duva'a se'eti.
Ni duva'a di'iña. So kuiniña facha'aviña nute ja ni sa'ate so tu jiniña nasa.
In jichi ni ka'aña ja ni dani'iña. Ni keja'aña juntaña yu'u do'oyo ducuña tuu sami. Te tii kiti o jityi daka'ate isu ni sa'a tatate.
In jichi kuu saavi daka'avite nu o ve'ete, ñute ni jakuso'ote ja kakanañate. Ni junete ye'e te ni jinite isu ja jida'ati tuu bixe sami.
Te tii kiti ni keja'ate josite, isu ni ka'ati ja josidete jiti, te ñute kuati. Ni dukuti tuu na'anuka, ja ka'o llityi ji ja vi te nu una kivi ni ducavati nu ote, te vita, te ni josi ja ni kutote tuka ni josite txi tu jakuini isu. Te ni ña'ate dutxi, t kai ni kuto isu.
Ñute isu ji te tii kiti ka nita'ate. Mati jasia'ati tuu sami ja kai dey te kedoti datu'uti jite. Te mate txindote dutxi ja na kaa isu. Te o jityi jiña'ate itxenu ja ka jaa isu. Ka oti ini ka dasati txi kuu saavi.
Ja yu'uti ti'ina sa'ani ja'ati ni kuu salí, te mate nu keja'a kuu saavi skote dutxi saca nana kenta isu nita'a jite.







LA GUERRA DE LOS YACARÉS



Español

Mixteco
LA GUERRA DE LOS YACARÉS

NU’U KAJAXITNA NDINA’AÑA

 En un rio muy grande, en un país desierto donde nunca había estado el hombre, vivían muchos yacarés. Eran más de cien o más de mil. Comían peces, bichos que iban a tomar agua al río, pero sobre todo peces. Dormían la siesta en la arena de la orilla, y a veces jugaban sobre el agua cuando había noches de luna.
         Todos vivían muy tranquilos y contentos. Pero una tarde, mientras dormían la siesta, un yacaré se despertó de golpe y levantó la cabeza porque creía haber sentido ruido. Prestó oídos, y lejos, muy lejos, oyó efectivamente un ruido sordo y profundo. Entonces llamó al yacaré que dormía a su lado.
          —¡Despiértate! —le dijo—. Hay peligro.
          —¿Qué cosa? —respondió el otro, alarmado.
          —No sé —contestó el yacaré que se había despertado primero—. Siento un ruido desconocido.
          El segundo yacaré oyó el ruido a su vez, y en un momento despertaron a los otros. Todos se asustaron y corrían de un lado para otro con la cola levantada.
         Y no era para menos su inquietud, porque el ruido crecía, crecía. Pronto vieron como una nubecita de humo a lo lejos, y oyeron un ruido de chas-chas en el río como si golpearan el agua muy lejos.
         Los yacarés se miraban unos a otros: ¿qué podía ser aquello?
         Pero un yacaré viejo y sabio, el más sabio y viejo de todos, un viejo yacaré a quién no quedaban sino dos dientes sanos en los costados de la boca, y que había hecho una vez un viaje hasta el mar, dijo de repente:
         —¡Yo sé lo que es! ¡Es una ballena! ¡Son grandes y echan agua blanca por la nariz! El agua cae para atrás.
         Al oír esto, los yacarés chiquitos comenzaron a gritar como locos de miedo, zambullendo la cabeza. Y gritaban:
         —¡Es una ballena! ¡Ahí viene la ballena!
         Pero el viejo yacaré sacudió de la cola al yacarecito que tenía más cerca.
          —¡No tengan miedo! —les gritó— ¡Yo sé lo que es la ballena! ¡Ella tiene   miedo de nosotros! ¡Siempre tiene miedo!
         Con lo cual los yacarés chicos se tranquilizaron. Pero en seguida volvieron a asustarse, porque el humo gris se cambió de repente en humo negro, y todos sintieron bien fuerte ahora el chas-chas-chas en el agua. Los yacarés, espantados, se hundieron en el río, dejando solamente fuera los ojos y la punta de la nariz. Y así vieron pasar delante de ellos aquella cosa inmensa, llena de humo y golpeando el agua, que era un vapor de ruedas que navegaba por primera vez por aquel río.
         El vapor pasó, se alejó y desapareció. Los yacarés entonces fueron saliendo del agua, muy enojados con el viejo yacaré, porque los había engañado, diciéndoles que eso era una ballena.
         —¡Eso no es una ballena! —le gritaron en las orejas, porqué era un poco sordo—. ¿Qué es eso que pasó?
         El viejo yacaré les explicó entonces que era un vapor, lleno de fuego, y que los yacarés se iban a morir todos si el buque seguía pasando. Pero los yacarés se echaron a reír, porque creyeron que el viejo se había vuelto loco ¿Por qué se iban a morir ellos si el vapor seguía pasando? ¡Estaba bien loco el pobre yacaré viejo!
         Y como tenían hambre, se pusieron a buscar peces.
         Pero no había ni un pez. No encontraron un solo pez. Todos se habían ido, asustados por el ruido del vapor. No había más peces.
          —¿No les decía yo? —dijo entonces el viejo yacaré— Ya no tenemos nada que comer. Todos los peces se han ido. Esperemos hasta mañana. Puede ser que el vapor no vuelva más, y los peces volverán cuando no tengan más miedo.
         Pero al día siguiente sintieron de nuevo el ruido en el agua, y vieron pasar de nuevo al vapor, haciendo mucho ruido y largando tanto humo que oscurecía el cielo.
         —Bueno —dijeron entonces los yacarés—; el buque pasó ayer, pasó hoy, y pasará mañana. Ya no habrá más peces ni bichos que vengan a tomar agua, y nos moriremos de hambre. Hagamos entonces un dique.
         —¡Si, un dique! ¡Un dique gritaron todos, nadando a toda fuerza hacia la orilla—. ¡Hagamos un dique!
         En seguida se pusieron a hacer el dique. Fueron todos al bosque y echaron abajo más de diez mil árboles, sobre todo lapachos y quebrachos, porqué tienen la madera muy dura... Los cortaron con la especie de serrucho que los yacarés tienen encima de la cola; los empujaron hasta el agua, y los clavaron a todo lo ancho del río, a un metro uno del otro. Ningún buque podía pasar por allí, ni grande ni chico. Estaban seguros de que nadie vendría a espantar los peces. Y como estaban muy cansados, se acostaron a dormir en la playa.
         Al otro día dormían todavía cuando oyeron el chas-chas-chas del vapor. Todos oyeron, pero ninguno se levantó ni abrió los ojos siquiera. ¿qué les importaba el buque? Podía hacer todo el ruido que quisiera, por allí no iba a pasar.
         El bote se acercó, vio el formidable dique que habían levantado los yacarés y se volvió al vapor. Pero después volvió otra vez al dique, y los hombres del bote gritaron:
         —¡Eh, yacarés!
          —¡Qué hay! —respondieron los yacarés, sacando la cabeza por entre los troncos del dique.
          —¡Nos está estorbando eso! —continuaron los hombres.
         —¡Ya lo sabemos!
         —¡No podemos pasar!
         —¡Es lo que queremos!
         —¡Saquen el dique!
         —¡No lo sacamos!
         Los hombres del bote hablaron un rato en voz baja entre ellos y gritaron después:
          —¡Yacarés!
          —¿Qué hay? —contestaron ellos.
         —¿No lo sacan?
         —¡No!
         —¡Hasta mañana, entonces!
         —¡Hasta cuando quieran!
         Y el bote volvió al vapor, mientras los yacarés, locos de contentos, daban tremendos colazos en el agua. Ningún vapor iba a pasar por allí y siempre, siempre, habría peces.
         Pero al día siguiente volvió el vapor, y cuando los yacarés miraron el buque, quedaron mudos de asombro: ya no era el mismo buque. Era otro, un buque de color ratón, mucho más grande que el otro. ¿Qué nuevo vapor era ése? ¿Ése también quería pasar? No iba a pasar, no. ¡Ni ése, ni otro, ni ningún otro!
         —¡No, no va a pasar! —gritaron los yacarés, lanzándose al dique, cada cual a su puesto entre los troncos.
         El nuevo buque, como el otro, se detuvo lejos, y también como el otro bajó un bote que se acercó al dique.
         Dentro venían un oficial y ocho marineros. El oficial gritó:
         —¡Eh, yacarés!
         —¡Qué hay! —respondieron éstos.
         —¿No sacan el dique?
         —No.
         —¿No?
       —¡No!
         —Está bien —dijo el oficial—. Entonces lo vamos a echar a pique a cañonazos.
         —¡Echen! —contestaron los yacarés.
         Y el bote regresó al buque.
          Ahora bien, ese buque de color ratón era un buque de guerra, un acorazado con terribles cañones. El viejo yacaré sabio que había ido una vez hasta el mar se acordó de repente, y apenas tuvo tiempo de gritar a los otros yacarés:
         —¡Escóndanse bajo el agua! ¡Ligero! ¡Es un buque de guerra! ¡Cuidado! ¡Escóndanse!
         Los yacarés desaparecieron en un instante bajo el agua y nadaron hacia la orilla, donde quedaron hundidos, con la nariz y los ojos únicamente fuera del agua. En ese mismo momento, del buque salió una gran nube blanca de humo, sonó un terrible estampido y una enorme bala de cañón cayó en pleno dique, justo en el medio. Dos o tres troncos volaron hechos pedazos, y en seguida cayó otra bala, y otra y otra más, y cada una hacía saltar por el aire en astillas un pedazo de dique, hasta que no quedó nada del dique. Ni un tronco, ni una astilla, ni una cáscara.
         Todo había sido deshecho a cañonazos por el acorazado. Y los yacarés, hundidos en el agua, con los ojos y la nariz solamente afuera, vieron pasar el buque de guerra, silbando a toda fuerza.
         Entonces los yacarés salieron del agua y dijeron:
         —Hagamos otro dique mucho más grande que el otro.
         Y en esa misma tarde y esa noche misma hicieron otro dique, con troncos inmensos. Después se acostaron a dormir, cansadísimos, y estaban durmiendo todavía al día siguiente cuando el buque de guerra llegó otra vez, y .el bote se acercó al dique.
         —¡Eh, yacarés! —gritó el oficial.
         —¡Qué hay! —respondieron los yacarés.
         —¡Saquen ese otro dique!
         —¡No lo sacamos!
         —¡Lo vamos a deshacer a cañonazos como al otro!...
         —¡Deshagan... si pueden!         
          —Bueno —dijeron entonces los yacarés, saliendo del agua—. Vamos a morir todos, porque el buque va a pasar siempre y los peces no volverán.
         Y estaban tristes, porque los yacarés chiquitos se quejaban de hambre.
         El viejo yacaré dijo entonces:
         —Todavía tenemos una esperanza de salvarnos. Vamos a ver al Surubí. Yo hice el viaje con él cuando fui hasta el mar, y tiene un torpedo. El vio un combate entre dos buques de guerra, y trajo hasta aquí un torpedo que no reventó. Vamos a pedírselo, y aunque está muy enojado con nosotros los yacarés, tiene buen corazón y no querrá que muramos todos.
         El hecho es que antes, muchos años antes, los yacarés se habían comido a un sobrinito del Surubí, y éste no había querido tener más relaciones con los yacarés. Pero a pesar de todo fueron corriendo a ver al Surubí, que vivía en una gruta grandísima en la orilla del río Paraná, y que dormía siempre al lado de su torpedo. Hay Surubíes que tienen hasta dos metros de largo y el dueño del torpedo era uno de ésos.
         —¡Eh, Surubí! —gritaron todos los yacarés desde la entrada de la gruta, sin atreverse a entrar por aquel asunto del sobrinito.
         —¿Quién me llama? —contestó el Surubí.
         —¡Somos nosotros, los yacarés!
         —No tengo ni quiero tener relación con ustedes —respondió el Surubí, de mal humor.
          Entonces el viejo yacaré se adelantó un poco en la gruta y dijo:
         —¡Soy yo, Surubí! ¡Soy tu amigo el yacaré que hizo contigo el viaje hasta el mar!
         Al oír esa voz conocida, el Surubí salió de la gruta.
         —¡Ah, no te había conocido! —le dijo cariñosamente a su viejo amigo—. ¿Qué quieres?
          —Venimos a pedirte el torpedo. Hay un buque de guerra que pasa por nuestro río y espanta a los peces. Es un buque de guerra, un acorazado. Hicimos un dique, y lo echó a pique. Hicimos otro, y lo echó también a pique. Los peces se han ido, y nos moriremos de hambre. Danos el torpedo, y lo echaremos a pique a él.
         El Surubí, al oír esto, pensó un largo rato, y después dijo:
         —Está bien; les prestaré el torpedo, aunque me acuerdo siempre de lo que hicieron con el hijo de mi hermano. ¿Quién sabe hacer reventar el torpedo?
         Ninguno sabía, y todos callaron.
         —Está bien —dijo el Surubí, con orgullo—, yo lo haré reventar. Yo sé hacer eso.
         Organizaron entonces el viaje. Los yacarés se ataron todos unos con otros; de la cola de uno al cuello del otro; de la cola de éste al cuello de aquél, formando así una larga cadena de yacarés que tenía más de una cuadra. El inmenso Surubí empujó el torpedo hacia la corriente y se colocó bajo él, sosteniéndolo sobre el lomo para que flotara. Y como las lianas con que estaban atados los yacarés uno detrás del otro se habían concluido, el Suburí se prendió con los dientes de la cola del último yacaré, y así emprendieron la marcha. El Surubí sostenía el torpedo, y los yacarés tiraban, corriendo por la costa. Subían, bajaban, saltaban por sobre las piedras, corriendo siempre y arrastrando al torpedo, que levantaba olas como un buque por la velocidad de la corrida. Pero a la mañana siguiente, bien temprano, . llegaban al lugar donde habían construido su último dique, y comenzaron en seguida otro, pero mucho más fuerte que los anteriores, porque por consejo del Surubí colocaron los troncos bien juntos, uno al lado del otro. Era un dique realmente formidable.
          Hacía apenas una hora que acababan de colocar el último tronco del dique, cuando el buque de guerra apareció otra vez, y el bote con el oficial y ocho marineros se acercó de nuevo al dique. Los yacarés se treparon entonces por los troncos y asomaron la cabeza del otro lado.
          —¡Eh, yacarés! —gritó el oficial.
          —¡Qué hay! —respondieron los yacarés.
          —¿Otra vez el dique?
         —¡Sí, otra vez!
         —¡Saquen ese dique!
         —¡Nunca!
          —¿No lo sacan?
         —¡No!
         —Bueno; entonces, oigan —dijo el oficial—. Vamos a deshacer este dique, y para que no quieran hacer otro los vamos a deshacer después a ustedes, a cañonazos. No va a quedar ni uno solo vivo, ni grandes, ni chicos, ni gordos, ni flacos, ni jóvenes, ni viejos, como ese viejísimo yacaré que veo allí, y que no tiene sino dos dientes en los costados de la boca.
         El viejo y sabio yacaré, al ver que el oficial hablaba de él y se burlaba, le dijo:
         —Es cierto que no me quedan sino pocos dientes, y algunos rotos. ¿Pero usted sabe qué van a comer mañana estos dientes? —añadió, abriendo su inmensa boca.
         —¿Qué van a comer, a ver? —respondieron los marineros.
         —A ese oficialito —dijo el yacaré y se bajó rápidamente de su tronco.
         Entretanto, el Surubí había colocado su torpedo bien en medio del dique, ordenando a cuatro yacarés que lo agarraran con cuidado y lo hundieran en el agua hasta que él les avisara. Así lo hicieron. En seguida, los demás yacarés se hundieron a su vez cerca de la orilla, dejando únicamente la nariz y los ojos fuera del agua. El Surubí se hundió al lado de su torpedo.
         De repente el buque de guerra se llenó de humo y lanzó el primer cañonazo contra el dique. La granada reventó justo en el centro del dique, hizo volar en mil pedazos diez o doce troncos.
         Pero el Surubí estaba alerta y apenas quedó abierto el agujero en el dique, gritó a los yacarés que estaban bajo el agua sujetando el torpedo:
         —¡Suelten el torpedo, ligero, suelten!
         Los yacarés soltaron, y el torpedo vino a flor de agua.
         En menos del tiempo que se necesita para contarlo, el Surubí colocó el torpedo bien en el centro del boquete abierto, apuntando con un solo ojo, y poniendo en movimiento el mecanismo del torpedo, lo lanzó contra el buque.
         ¡Ya era tiempo! En ese instante el acorazado lanzaba su segundo cañonazo y la granada iba a reventar entre los palos, haciendo saltar en astillas otro pedazo del dique.
         Pero el torpedo llegaba ya al buque, y los hombres que estaban en él lo vieron: es decir, vieron el remolino que hace en el agua un torpedo. Dieron todos un gran grito de miedo y quisieron mover el acorazado para que el torpedo no lo tocara.
         Pero era tarde; el torpedo llegó, chocó con el inmenso buque bien en el centro, y reventó.
          No es posible darse cuenta del terrible ruido con que reventó el torpedo. Reventó, y partió el buque en quince mil pedazos; lanzó por el aire, a cuadras y cuadras de distancia, chimeneas, máquinas, cañones, lanchas, todo.
         Los yacarés dieron un grito de triunfo y corrieron como locos al dique. Desde allí vieron pasar por el agujero abierto por la granada a los hombres muertos, heridos y algunos vivos que la corriente del río arrastraba.
         Se treparon amontonados en los dos troncos que quedaban a ambos lados del boquete y cuando los hombres pasaban por allí, se burlaban tapándose la boca con las patas.
         No quisieron comer a ningún hombre, aunque bien lo merecían. Sólo cuando pasó uno que tenía galones de oro en el traje y que estaba vivo, el viejo yacaré se lanzó de un salto al agua, y ¡tac! en dos golpes de boca se lo comió.
         —¿Quién es ése? —preguntó un yacarecito ignorante.
         —Es el oficial —le respondió el Surubí—. Mi viejo amigo le había prometido que lo iba a comer, y se lo ha comido.
         Los yacarés sacaron el resto del dique, que para nada servía ya, puesto que ningún buque volvería a pasar por allí. El Surubí, que se había enamorado del cinturón y los cordones del oficial, pidió que se los regalaran, y tuvo que sacárselos de entre los dientes al viejo yacaré, pues habían quedado enredados allí. El Surubí se puso el cinturón, abrochándolo bajo las aletas y del extremo de sus grandes bigotes prendió los cordones de la espada. Como la piel del Surubí es muy bonita, y las manchas oscuras que tiene se parecen a las de una víbora, el Surubí nadó una hora pasando y repasando ante los yacarés que lo admiraban con la boca abierta.
         Los yacarés lo acompañaron luego hasta su gruta y le dieron las gracias infinidad de veces. Volvieron después a su paraje. Los peces volvieron también, los yacarés vivieron y viven todavía muy felices, porque se han acostumbrado al fin a ver pasar vapores y buques que llevan naranjas.
         Pero no quieren saber nada de buques de guerra.
   nu’u kajaxitna ndina’aña
in yute kaanu , in Ñuu yichi tu tuna ñuyiu ni kao’o ni kao’o kua’a kiti. Xe’e ka’o vika’a nde’e___     Kaojati chaka ndi ‘i kiti ni kaojunko’o ndute, ndinu’u chaka.Kao’o  kixiti yu’undute  ka’anu, onu kao’o kakaxikiti  xiki ndute un jakua ‘a un o ndiyo’o.
ndi’i ni kao’o nainti  te kao’o si’i niti. Te’e nuni Ñini  kakixiti i’in kiti xe ‘en ni ndoto sa’ana  te nio ndane’e xiniti’i natno ni jiniti ja ka ‘ama. Oninigua ‘ati nde’e jika’a  te ni jini’i so’oti. Te yun ni kana’a un i’n yacaré  jani’i okixi’i   xima’a.
 __ndako’o!__ jiña’a!__ o janeo’o.
__ ¿nagua ku’u?__ jiña’a in ka
__ tu ni __ ka’asaun yacare  jani’i ndoto’o  stnañunka
__ natno jiniri in jaku’u__
Ja kuu’u yacaré  ni onini so’o  i’in jichi, un  i’in nunu’u   kandoto sava’a . Ndi  kayu’u  te kajinkonde   kandute nuti  te’e kanndaneti’i  ndoti’i .
Masu’u tno’o kinu’u  kuandiniti ja jiso’o  maku ka’anu makuka’anu. Te yun kajini ñamati  in viko’o luli  ji’i ñua’a  nde’e  inka’a, te ni kajini so’oti  ja ka’ama  yu’u   yute’e  vi natno’o kani’i ndute  nde jika’a.
Dni yacaré  kjandakondia’a  tna’anti yun teni ndakaniiniti   j asa’ati  in yacaré janiyi’i  te kaji’initi  vi tu naguakendo   u’u nuti kao’o va’a  yacaré  in xi’inyunti  kao’o  va’a   ni keti i’in  jichi ni jioka’a nuti  ka’a ndute’e  ka’anu   teyun te ndatno.
Jinkuinuiniti __ nagua ku ayun! ¡in chaca ndute  ka’anu !! ka’anuguati  tno tna ndute kuiji  xniti  ndo’oti  vi junkao’o  yatati .
Nuni  kaonini  tno yun,  ndi yacaré kueli ni kajinkonde’e kakana  su vi ka ndukue’e  ja kayu’uti   kakisiti   xiniti   te kakana __ in chaka  ka’anu ku’u!! yun vaji’i  chaka ka’anu!.
Su janiyi yacaré  ni kisi ndo’o  yacaresito ja o’’o  yatnika’a __ mayu’uro __ ni kana __ mari jini nagua ku’u in  chaka ka’anu ! ayu’un  yu’uña  jio’on ¡ndeneyu’u!
Sava’a  yacaré  kueli  ni kao titi, su yun ni kayu’u tukuni, kuechi ñuayu’un   ni sama ja ñua’a  tnu  te ndindi  ni  kajini   ja ka’ama un ndute.
Ni yacaré, ni kayuyu’u,  ni kekuei’i un ndute te nani nduchinu   ji stni na’a. teyun   ni kajini  itni´’i  ñua’a  kua’a   un  ndute   te kanayoko  natno jiko’o  sua’a  janiya’a  ja atnañu’u jichi   un nduteyu’un  ni ya’a    janikanayoko   ni ndujika’a. te yacaré   nikajinconde’e  kakana’a    nu  ndute   su kakiti’ini ndeva’a  un ja niyi’i  yacaré si ni stauña’a  ja juña’a   ja   i’in  chaka   ka’anu  ku.
__ ayun  masu in chaca ka’anu  ku__ ni kakana’a un so’oma , kuechi’i ni oso’o __¿  nagua’a  ku’u  jani  ya’ayu’un?
Ja niyi’i yacaré  ni juña’a  janikanayoko’o, jin itni  ñu’u  te ndi’’i  yacaré viku’u ndi  nusiun nja’a  yocoyun  ya’a tukuni. Ndi’i yacaré ni kajinconde’e  kajaku’u, ni kakna’a  jani yiyu’un  ni ndukue’e
¿te nau viku’o  nuja yokoyun  koya’a?
Ni nduku’e  yacaré  janiyi. Siun kakokni, va’aka  ni kajinconde’e   kaja’a chaka tuna’a   chaka ñu’un. Tuni kani’i  visi inva’a   ndi   kuankuei,  ni kayu’u  jani ya’a   yokoyu’un  tuna’a chaka.
¿masu’u  sa’a  ka’anri¡? Ni kna’an  jani  yika’a  yacaré  tunagua kanevao’o  javikao’o. ndi chaka  kuankuei’i. vi   kontetu nde     stne. Vatuni  yokoyu’un  ma jiokuinka’a, te ndi chaka  vi jiokui’in, nuja’a  mavi   yu’u kati.
Kiu tne nikajini nde ya’a yokoyu’un  nu  ndute’e  ni ya’a tukuni   ji’in  itni ñua’a  te makutine’e.
Vatuka __ ni kakna ndi yacaré__  janiya’a    iku’u  jivitna  te vatuni ya’a   stne’e, ma’a  koka’a  chaka  ni kiti’i   kueli  ja’a   kikuei’i  viko’o  ndute’e, te vi  kuo’o  kue’e   soko’o. va’aka  visao’o
__ ja’a  vi sao’o __ ni kakana ndi’i , nde  kasta  nini’i ndute yuyu’u yute’e __  visao’o teyu’un  ndi’i ni kasa’a.  kuankuei ndi’i  un yuku’u  ni kajande  inti  yutnu  kajande  nakuinio  in ka’a yacaré ja kandiso ndo’oma  ni  kantunda  ndenu  ndute’e teni  kaste  yuyu’u  yute,. Teyun ni inka ku’u ya’a ni kao ini ja tunaija ja siuña te siun ni kakuita ni  kajinkonduei   kakixi  yu yute inka kiu  kakixi  nun i kanjinkunso’o   ja sa’a in un yoko  ndi’i ni   kao nini  in ni ndako ¿tuka’a   kandi’ini?  Tukanaguavindo’o. ka’a makuyatni ni ndako te ni ya’a un yoko ni ndajiokui   tukuni ñayiu ni kakana.
_yacare
_nagua ku’u_nu in yacaré, ja kene’e xini nu in yutnu
_sa’a tneñu ayu’un_ kajinkonde ñayiu
_ja kajinio
_maku’u vi yau’u
_ku’u ja kakuiniri 
_vi kene’e
_ ma’a vi keneo
Ñayiu kañu’u nu   ka’a   ni kandatno yuyu’u ndisama’a te ni kakana’a
_yacare
_ ¿nagua ku’u? ni kaka’a
_ ¿ñakaja’a vi kene’e?
_ nde kakuiniro
Ndajiokui   yoko’o, un  yacaré  kaosi’ini  ndeva’a  kakanta  un ndute’e , ni in yoko’o   ya’a  yu’un  te vi ko’o ñu’u  kua’a chaka   kiutne ni ndajiokuin   yokoyu’un  te ndi’i   yacaré   ni kajini ja ni kakendo’o  buque ku’u jin buque ja ka’anuka   sa’a inka ayun ¿ni nduja  ytoko’o ? ¿ ayun suni kuini ya’a?  ma’a kuya’a ni in ayun.
_ma’a  ya’aka_ ni  kakana yacaré, kaskuntama un nda’a  yutnu ni nuja yutnu,  siun inka ni ndo’o  ne jika’a un ni kakuyatnika iniyun  vajikuei’i  ñayiu, te in ñayiu  ni kana’a
_yacare _
_nagua  ku’u_ ni kakana
_ma’a vi kene’e_
_ña
_ña
_ña
Vatuka _ ji ka’a in ñayiu _ vitna te vi tnao ja kandi’i
_tna_ ni kaka yacaré te ya’a nin ndajiokui un buque yutnu  ja ndiuso’o, tni ja jandi’i, jani yi’i yacaré jani ja’a in jichi ndenu  kunuka’a yuteyun  te ni ndaka’a ni kana un sava yacaré _ vi tayu’unu chi ndutei in yutnu  ja kandi’i ku’u  vitayu’unu   yacaré ni kana’a in nunu  chi ndute te ni kasta ndute  nde kentakuei  yu’u yute  nunin kakendo  ji stni ji nuchinu  siki ndute  mamanukaoyu’un  ni ke’e ni ke’e in yutnu nde sduku’u  ji’in ñua’a teni kaja ndeva’a  te ni junkao un inka’a yutnu mama’a ma’añu u’u ja uni yutnu ni kajachi saon te ninka’a  kao yun  te ni kaja kaja vi kaja te ni kankunde kascuechi  yutnu.
Ndi yacaré  nde ka’a ndute te nduchinu ichi siki kandia ja’a ni ya’a in ka’a ja kandi’i te ekesu’u te yun  yacaré ni ndakuei un ndute _ visao inka dique  ja’a ka’anu jua’aka te un mañini te jakua’a  ni kasa’aa inka dique ji yutnu  ka’anu. Te yun ni kakuita te kakixi te kakixi sava’aka  te ni kenta inka buque ja kandi’i ni kuyatni un dique
_ yacaré _ ni kana ñayiun
_ nagua ku´u _ni ka´a  yacaré
_vi kene´e inka dique
_ ja vi kene´e ri
_ vi kanni ndiiri na kuinio ni kasaari jiin inkaayun
_ vi kaaniñaa nuja ku´u vi saaro
-va – ni kakana ndi yacaré, kekue nu ndute
_vi ku’uo ndio’o, kuechi buque ndi kiu’u ndajiokui chaka mavikoka, te kakusanaini kuechi yacaré kueli ma koka’a javi ka’a janiyi yacaré ni ka’a
_kaneva’akao javi kotekukao kiuvi kondiao surubi mari ni ja’a nde jika’a te ka’a ja neva’a in ja’a torpedo. Ma’a ni jini ja kajaxintna u’u buque teni ki’i ji’i in torpedo ja tu ni kandi. Kio’o vi kaknao visi’i kiti’ini ji’i mao yacaré  ndeva’aini te kuini ja kiodio’o  jankuna’a kuakua’a  yacaré ni kaja’ani saji’i surubi te aya’a ñajaka’a chituña’a  un ndi yacaré siun ni kasa te ni jankueika un surubi ja ni oneva’a ve’ema nde  jikaka  yatni, yatni yu yu’ute parana  te ndenu’uni ni okixi xi’in  torpedo _  surubi_ ni kakana ndi’i yacaré nde’e ye’ema te  kayu’u  kiukuei  siun ni kaja’ani sajima’a
_ ¿neja kanaña?_ni ka’a surubi
_mari kaku_ yacaré
_tuka’ari javi ndatnoun _nika’a surubi ja kiti’ini
Teyu’n janiyi tyacare  ni kakostno intauka _mari ku’u surubi mari ku’u yacaré jani kasta ndute nde jika’ayun , ni onini  janika’ayun, ma surubi ni ke’e nde’e  ye’ema
_tu ni jiniñari_ni ka’a luña
¿nagua kuiniro?
_vaji kueri kajikari torpedo. O in buque ja ka’andi  ja’a ya’a un kauri te siu’u chaka. In buque ja kandi’i ni kasa’ari in suni ni kaskuechi te ndi’i chaka kuankuei  te vi Kuri kue’e soko’o ta’a torpedo te vi tnari un surubi nuni onini, ni jinkonde ndakani’ini  te ni ka’a _ tanuri torpedo visi ndaka’ari jani kasa’aro ñaniri ¿ndero jini kuantniun? Tu nain jini tuni kakna _vatuka_ ni ka’a surubi_ mari sa’a ja kandi’i te ni kajinkonde kuanokuei yacaré ni katnitna un ndo’o vinu suku’u nakuinio in yo’o. te surubi ni tunda’a  torpedo  un ndute  teni stne  ja ka’anu  te ndi yacaré ni katnitna  ni katnitna un surubi  teni kandaskai    te kuankuei  surubi ni otni  nu  torpedo, te yacaré kajino  makakuei  vi manukuei kasta torpedo  kiutne nene’e  ni kentakuei nuni kasa’a dique te’e  ni kajinkonde’e kasa’a inka ja yutnuka’a  jani  juña’a surubi ni kasone’e  yutnu xixin in dique ka’anu  ku’u, inka nunu jani’i kasti’i  jani kasone yutnu  un inka’a dique ja kandi’i ni kentakuei’i ñayiu’u te ndi’i yacaré ni kakuyatni’i  nu  yutnu te ni kasone’e xinide’e.
_¡yacare!_ ni kana ñayiu
_¡nagua’a ku’u!_ ni ka’a yacaré
_ tukuni’i dique?
_ja tukuni’i?
_vi kene’e dique
_ña
_ña maku’u
_ña
_nika’a ñayiunyun_ vi skuechidi’iri nagua ma’a vi sa’akaro inka’a tevi scuechindiña’ari  jirro’o ni iro ma’a kendo’oka te yacaré jani yika’a  ja’a tukana’agua no’o neva’a  jani yi’i yacaré, ñayiu’u jani ka’aña vatuka’a tukana no’o neva’ari sujiniri’i ja stne karo’o no’ori.
_¿nagua’a vi karo’o?_ni ka’a in ñayiu’u
_nu ñayiunyu’un _ni ka’a yacaré te ni un yuntu surubi ni sone’e  in torpedo mama’a ma’añu dique ni kastno  un ko’o yacaré javi tni kuenikueni te vitna j’a ki’in ndeve’e teyun  tevi kastno  teyu’un sava’a yacaré makekuei chi’i ndute kasto’o nduchinu’u  yu’u yute. Surubi ni keko’o xi’in torpedo teyu’un buque ja kandi’i ni chitu ji’in ñua’a teni kasta’a in ja’a kandi’i  nu dique teyun te’e kandi’i ma’añu dique te skuechi. surubi ni kendo’o in yao’o nu dique’e ni kana’a un ndi’i yacaré ja kao’o chi’i ndute javi’i tni un torpedo,
_visia’a torpedo kueni kueni yacaré ni kasia’a torpedo niki’i ja’a ndute’e un kaoyu’un surubi ni sone’e torpedo mama’a ma’añu nu  nduchinu’u nisone’e  nu torpedo teni skunta’a un dique’e te mama’a yu’un ni skunta’a in ja’a kandi’i teni’i kaskuechi ndi’i dique’e, torpedo ni kenta nu  dique  te ndi’i ñayiu’un ja ka’ayun ni kajini’i tachi’i ja’a sa’a nu  ndute’e in torpedo, ni kakana’a  ndi’i ja’a ka’ayu teni kakuini’i kaskanda torpedo, sunu mañini’i torpedo ni kenta tenmi katetna ji dique teni’i kandi’i ma’a ku’u kuini’o va’a ni kandi’i  ni skuechi’i di’iña ji dique ni skunta’a nuja’a vijiyu’un. Ndi yacaré ni kakana’a tenio’i kajino’o nakuinio in ja ndukue’e  te ni kentakuei’i un dique ndeyu’un  ni kajini’i ja’a ni ya’a  in yau’u ja’a  nune’e j’a kau ñayiu  ja ni kaji’io vi ja katekuka ‘a ja stañuña ndute  te ni kaskuntama un yutnu jani kakendo’oka, ñayiu kaya’a yun kajakundeña’a kajasiyu’u  ji’i si’in, te ka’ari kari ñayiunyun, yacaré ni kao’ondiso sao janiyi’i yacaré ni kastama un ndute’e, te uni yu’u teni ja’a ndi’iña _ ndeja ku’u ayu’un _ni jinkantno in yacarito_in ñayiu’u _ ni ka’a surubi. Ñayiunña ka’a ja’a kandi’iña yacaré ni kakene’e ndi jani’i o un dique ma’a ya’aka inka’a dique. Surubi ja’a ni okuto’o  in ja’a ni odiso’o ñayiunyun ni ndakinde’e. surubi ndene’e osi’ini ni oka’a te siun oneva’a ja’a ni ka’aodisoo’ ko’o  surubi vi sta0’a ndute vi ndaskua’a ji yacaré jani’i kajinitna’a. yacaré kuankuei’i ji’i nde ve’ema manusia’aña teni kandakuantao’o. teni kandajiokui’in te yacaré ni kao’o teku’u te ni kao’o si’ini ja’a ya’a tukuni un yokoyu’un ji’in dique ja’an kuankuei’i ji’i tikua’a ii’ia tuka  kakuini sa’a dique ja’a kandi’i.

























LA TORTUGA GIGANTE



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LA TORTUGA GIGANTE

YIKI KAJI KA'ANU

La tortuga gigante había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. El no quería ir porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día: -Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien. El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien. Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutas. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramadal con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia. Había hecho un atado con los cueros de los animales, y los llevaba al hombro. Había también agarrado, vivas, muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de querosene. El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día en que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador que tenía una gran puntería le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto. -Ahora-se dijo el hombre-voy a comer tortuga, que es una carne muy rica. Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne. A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre. La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse. El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo. La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó. Tuvo fiebre y le dolía todo el cuerpo. Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha fiebre. -Voy a morir- dijo el hombre-. Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quién me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed. Y al poco rato la fiebre subió más aun, y perdió el conocimiento. Pero la tortuga lo había oído y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces: -El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo lo voy a curar a él ahora. Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar en seguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera, El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie. Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas. El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento, Miró a todos lados, y vio que estaba solo pues allí no había más que él y la tortuga; que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta: -Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí. Y como él lo había dicho, la fiebre volvió esa tarde, más fuerte que antes, y perdió de nuevo el conocimiento. Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo: -Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires. Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje. La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar se detenía y deshacía los nudos y acostaba al hombre con mucho cuidado en un lugar donde hubiera pasto bien seco. Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir. A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua! a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber. Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A veces quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta: -Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo en el monte. El creía que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino. Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada. Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba todo el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella. Y, sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje. Pero un ratón de la ciudad-posiblemente el ratoncito Pérez-encontró a los dos viajeros moribundos. -¡Qué tortuga!-dijo el ratón-. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, que es? ¿Es leña? -No-le respondió con tristeza la tortuga-. Es un hombre. -¿Y dónde vas con ese hombre?-añadió el curioso ratón. -Voy... voy... Quería ir a Buenos Aires-respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía-. Pero vamos a morir aquí porque nunca llegaré... -¡Ah, zonza, zonza! -dijo riendo el ratoncito-. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá es Buenos Aires. Al oir esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha. Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó en seguida. Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija. Y asi pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos. El cazador la va a ver todas las tardes y ella conoce desde lejos a su amigo, por los pasos. Pasan un par de horas juntos, y ella no quiere nunca que él se vaya sin que le dé una palmadita de cariño en el lomo.
Ni oo in jityi in jayi ja Buenos Aires ja osi'ni kuakua tyi ku in jayi ava'a, jitu. Su ni oo in kiu ni ku'uu, te te jini tatna juña'a ja nuja ki'in yuku gua nduva'a. Ma tyi tu kaan ki'in tyi kao ñani kuelima ja skaa su in in kiu ku'uka. Nde in jayi ndekatnaa jin ja tatnuni ni kayi'i kiti, juña'a in kiu. Maro ku in ja ndekatna'ari te in jayi jitu jin va'ani tno'yun kuiniri ki'iro yuku nagua nduva'aro, te siun ndo nda'aro ja tiviro koka'aniro kiti yuku te kondisiaro ndikiti te vitnauni tari xu'un nagua vi kaa va'a ñaniro.
Jayi ku'uyun ni jantau te kua jika kini kini kuan. Yun tyi i'ini kua kua te ni osa'a va'aña ni oo maitnooni yukuyun te ma ni osa'a ndeinma, ni oja kiti yuku jan oja'ani jin tnuji suni ni oja jan kao kui nu yutnu, ni okixi tyi yutnu kui te onu nu ni oku sau, ni osa'a vee jin nda'a yutnu yun ni onuko vin ote inu osi'ini nu yuku ja'an ojiso sau.
Ni sa'a in tikatnu jin ndiki kiti ni oja'ani te ni ojiso nu sokoma. Suni ni tni kua ko xen te ni oyi'indaa nu anu in yiki. Tyi yun tyi kao yikiin ka'anu gua.
Jayiyun jinkonde mandu yutnuun in kiu kokin kua kua tyi ja oo uu kiu tu ni'i kiti kaa ni jini nu in yu'u yute o in yi'i ka'anu ja in yiki kaji. Nu ni jiniña yi'i jin jayiyun ni kañu gua te ni skuntama siki jayiyun su jayiyun ni tiviña nu xini te ni skuetyiña te ni kinde ñiti nagua sa in ja vi kokuin nu in ve'e, te ni kaa vitnañu'uni te kao yiki kaji ja ku in kuñu ja asin.
Su nuni kuyatni nu oti ni jini jan tujiti te jonika te donde xiniti intaunika kuñu ndetu.
Su visi kokin kua kua ni kundauniña jin yiki kaji te ni ñuña ndeninu ni sa'a ve'ema te ni kagua sukuti jin so'on. Ja ni ja'ande tyi invani so'on nevaa ni ñuña jiti tyi ka'anu kua kuati te vee neno in ñayiu te nu in yika veeyun ni ndoti te sa ni kaya'a kiu ja tu ni kandati.
Jayiyun ni ondasa'aña ndikiu te ni okun kueni kueni yatati, te ni nduva'ati su jayiyun ni jinkonde ku'u ni kiuña kiji te ni o u'u yikama.
Te yun te tu ni kuka ndakoka. Ni oku kauka kijima te ni ojatu sukuma jan oyichi jayiyun ni jini ja ku'u kau te ni ka'an gua visi o maitnonima te yi'iña kiji.
Kuri ni ka'an jayiyun maitno'oniri oo tuka kuu ndakori, te tun in ta ndute ya kuri ja kokiri jin ja yityiri.
Yiki kaji ni oniniña te ni ndakani'ini  jayiyun tyi tu ni jaña visi kokin kua kua vitna te tyituri te ni ja'an yu'y yute ni ndu in yiki inka yiki kaji ni ndasavi jin ñuti te ni scyitu ndute te ni juña'a nu jayiyun ja yityi kuakua. Te ni jinkonde ndu ndu'u asin ja yinda'a nu jayiyun ja kaa. Jayiyun ja su tu jini nain juñaa siu kuu kue kiji te tu ndakuini.
Dindi'i tnon ne'e ojan ondu nduu asika ja ka jayiyun te ni ondai tyi tu ni oku ka yutnu kuñe'e ja ka jayiyun .
Jayiyun sa ni oja kiu jin kiu te tu ni ojini nain ni ojuña'a oja ,ni o in kiu ni ndaka'an ni dia dindi'i su jini ja oo maitno'oni mani ji yiki kaji ja ku in kiti te ni ka'a gua, maitno'oniri oo yukuyaa, te kiji tyi ndandiokuin te yaa kuri tyi maitnooni Buenos Aires kao tatna vin ndasa'ña te maku ki'uri te ya'ani kuri.
Su ni oniniña yiki kaji te ni ka'an nuja ndo yaa tyi ku,tyi tuna tatna va'aka kinda'ri Buenos Aires .
Ni ndu nduu yutnu te nijakintuña jin jayiyun kueni kueni dikima te ni ju'uniña nagua ma kanakau ni ndaskua naxa sone tnuji, ndiki jin tyia nu kañuu koo te ni ni'i ja kuini te ni jinkonde jika kuan.
Te yiki kaji jisoña jin ni jika vin jika tnoo ndu jin tnoo nee ni tniunu ñu'u, yuku, ni sta ndute, ni ya'a ndo'oyo ni okeko nde xinima te sikima kuan jayiyun.,
Ndi'i kaya'a uxi hora te junkuin datatu , te ondajiña jin jayiyun te ni ojakintuña kueni kueni,te ni ojan yiki kaji ni ondu ndute jin yo'o asin ten ojiña'a nu jayi ku'uyun te suni ma ni oja ten okixi nunuu, sa ni ojika kiu vi kiu ni oyatnika Buenos Aires su visa visa makuitaka yiki kaji.
Jayiyun ni okaa ja ni oka yukuyun, yiki ksji yun ni ondaku te ni oju'uniña te ni ojika,su in kue tuka ni kundaka yiki kaji jan kuita kua kua tyi tu ni ja in semana nagua kenta ñamaka te tuka ni kundeka.
Su'nuni kune ni jini in ja ye'e su tuni jini nau ku te niji ja ma kundeka te ni jasi nuu nagua ku jin jayiyun okundau tyi ni ka'a ja tu ni kunde skakuña jin jayiyun.
Su ni kenta Buenos Aires su maa yiki kaji tyi tu ni ojini jan jini jan oye'eyun tyi ciudad oku.
Su in tyi'ilu ja ciudad ni ndani'iña jin ndu jayiyun jin yiki kaji, nase kini kaanu yiki kaji ya'a ka'a tyi'iluyun te jan disoyun a tutnu kuu ? Ña'a juñaa jiki kajiyun, in jayi kuu te ndenu kiun jiro ? Juña'a tyi'iluyun, ni ka'ari ki'iri Buenos Aires juñaa jan dau yiki kaji kueni kueni tyi ña kundeka su vi kuri ya'a tyi ma kentari.
Nase kini kue karo juña'a tyi'iluyun ja kaoro ya'a ja diaro yun ja ye'eyun tyi Buenos Aires kuu. Nu ni ji'i ja o yu yiki kaji ni jini ja ku skakukaña jin jayiyun ten jinkonde jika.
Jayi ni ojito kiti ni jiniña jin yiki kaji ni yiki yiki ja sikima ndiso in jayi ja nu'uni ji jo'o yutnu, te ni ndakuiniña jayiyun jin jayiyun ja ku in jan dekatnaa te kua ndu tatna te ni nduva'a jayiyun, nuni jini jayiyun naxa ni skakuña yiki kaji, tu ni katyi kujika ka nuu, su siun maku koti ve'ema siu lulu ve'ema, juñaa jayi ndekatnaa juñaa ja koti nu ye'ma te kokitoti neno in se'e.
Te sa ni oku, yiki kaji osi'ni siun kakutoña te mati ku ja kandiao jaa ite yee nu kayii savaka kiti.






















LA MEDIA DE LOS FLAMENCOS


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LA MEDIA DE LOS FLAMENCOS

SAUN SAMÍI

Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, a los yacarés y a los peces.
Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos.
Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran.
Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla. Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies.
Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora.
Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
Y las más espléndidas de todas eran las víboras que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas. Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia.
Un flamenco dijo entonces:
-Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
-¡Tan-tan!- pegaron con las patas.
-¿Quién es?- respondió el almacenero.
-Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
-No, no hay- contestó el almacenero-. ¿Están locos?
En ninguna parte van a encontrar medias así.
Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
-Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestó:
-¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos, ¿quiénes son?
-Somos los flamencos- respondieron ellos.
Y el hombre dijo:
-Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron a otro almacén.
-Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritó:
-De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así.
¡Váyanse en seguida!
Y el hombre los echó con la escoba.
Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
-¡Buenas noches, señores flamencos!
Yo sé lo que ustedes buscan.
No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal.
Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así.
Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
-¡Buenas noches, lechuza!
Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
-¡Con mucho gusto! -respondió la lechuza-.
Esperen un segundo, y vuelvo en seguida.
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros, recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.
-Aquí están las medias - les dijo la lechuza-.
No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos.
Y muy contentos se fueron volando al baile.
Cuando vieron a tos flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.
Pero los flamencos bailaban y bailaban
sin cesar, aunque estaban cansadísimos
y ya no podían más.
Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartabanla vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la víbora es como la mano de las personas. Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado.
En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas del flamenco.
 Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.
-¡No son medias!- gritaron las víboras-. ¡Sabemos lo que es!
¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias!
¡Las medias que tienen son de víboras de coral!
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran.
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscarán de sus patas, hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron.
Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora
todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande,
que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.
Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas.
Todos los peces saben por qué es, y se burlan de ellos.
Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca demasiado a burlarse de ellos.

Ni o in jityi koo ni ka sa’a in vikoo. Ni ka kanaña jin likuara, likui, samíi, jin yacarés, suni tyaka.
Tyaka siun tu ku vi’i kaka’a, tuni ku vi katajaa; su vikoo yuu ndutee kuu, tyaka ni kao kenenuu nu ñutii,          ni ka skuyu do’oma.
Likui ni ka tetu ecama tyaka nii yikama, te ni ka jika jin ni ka skuyuma vi natoon ka staa ndute.                        nu kayaa yuu ndute, tyaka ka kana toon siki. Likui ni kaa tyima xiko asiin nii yikama, te ni ka jikaa nu u’u ja’a.
Su ka intakuei in titun ñuu jiolinko.
Yacarés ndagua vi kona vii, ni ka ntan tyii ndika sukunma, te ka tee inu paraguayo.
Su ja ka naa luka kaku koo. ndidii ka ninuun saun ja katajao, inni saun iin koo.
Nani samíi, ja siinma kao kuijin, te ka nevaa stnii kaanuu te tikio, nani samíi tu kao siinni, tyi tu ka ndakaniini guaa, tuni ka kutua vi ndasavama. Ka jioo saun diity su ja ka ninu koo kua ni ka jioka.
In samíi ni kaan:
-jiniri na gua vi sao.
Vi ke kuino saun ndii, ja kuijin, jin ja ntuun, te koo ndikua vi jio kuakuaña jion.
-¡TAN-TAN! - ni ka kuun siinma.
-¿Nain ku?- ni kaanja jito.
-Mari kakuu samíi. ¿nevaaro saun ndii, kuijin jin ja ntuun?
-tuna gua oo- juñia -. ¿tia ka kukueero?
Tude vi niinro saun kanjda saa.
Samíi kuankue un inka ve’e.

-Tan-tan! ¿nevaaro saun ndii, kuijin jin ja ntuun?
Ja jitooyun juñia:
-¿naxa kaanro? ¿ja ndii, kuijin jin ja ntuun? Tuna saun kada saa. Ja kaku kuee kakuro, ¿nain kakuro?
-mari kaku samíi- ka junia.
Te junia nayiuyun:
-su ron samíi ndukue kakuro.
Kuankuen un inka ve’e.
-Tan-tan! ¿Nevaaro saun ndii, kuijin jin ja ntuun?
Ñayiuyun ni kana:
-naxa kaanro? ¿ja ndii, ja kuijin jin ja ntuun?
Nani un tisala sntin naanu te ron sa ntaan sauun yun ka jikaanro.
¡kuanokuei vintañuni!
Te ñayiu ni taña jin yutun
Samíi ni jankue nu ndidi ve’e
Te nu ndidi ve’e ni ka staniña ja ka kukuee.
Tee in tatú, ja ni jaan ni jii ndute ini jityi ni kuini kuakudeña
Jin samíi te junia,
-¡nao ka saaro, samíi!
Jiniri nagua ka ndukuro.
Mavi niinro saun kanda sa. Vatuni oo nde Buenos Aires, tiasu vi tyideturo
Xisori, tyukumaa, nuvaa saun kanda sa.
Vi kakaan, te taa saun ndii ja ntuun jin ja kuijin.
Samíi ni ka ndakuantau te ni kuankuei kavave’e tyukumaa. Te ka juña:
-¡Ovaani, tyukumaa!
Vajikueri vi kakanri saun saun ndii ja ntuun jin ja kuijin. Vintaan ku vikoo koo, te nua vi kuinuri saun nia, te koo vi jiooña.
-¡vintañuni te tari! -junia tyukumaa-
Vi kondetu tu vi ntñuni ndiri.
Te ni ndagua, ni stoña jin samíi; inununi te ni ndenta jin sauun.su masu sauun kaku, tyi nii koo kaku.
-yaa kao sauun – juñia tyukumaa-
Mavi ko ndakaniiniro te vi katajaa niñuniñu, mavi junkuinro
Su samíi, kuee kanda tuni ka junkuinuini,
Ni ka ntaan ndaama un nii koo.
Te kao siini ni ka ndagua un oo viko.
Nini ka jiniña jin samíi jin sauunma ni ka ku kuasuini.su samíi ñani ka junkuiin te koo tuku vi kodia jaama.
Ndijo ndijoni, koo tuni ka jantoon.ora ka saa samíi un kao koo, vi ka jinkuidei de un ñuun ndagua vi kodia gua.
Su koo ka dia saun yun te suni ka junkuidei ndagua vi kee ji yaama sin samíi.
Koo ni ka jikaan ñuun un likuara te ni kaoddetu ja samíi vi donso.
Inununi te ni donso in samíi te ni ka jutua koo, ni ka jini na gua kaku sauun yun te ni ka kana.
-¡masu saun kaku!- ni ka kana koo-. ¡ka jiri nau kuu!
¡ni kastaunia! ¡samíi ni ka janni taanoo te ni ka kekuinu nii ma!
Nuni ka jini, samíi, ni ka yuu tyi ni ka nukuunña, ni ka kuini vi ndagua, su siun ni ka kuita tuni ku vi kanee in siinma. Te koo ni ka jasiña, ni ka kagua siinma te ni ka jaande saun samíi. Suni ni ka jayiiña ndagua vi kuu.
Samíi ka kanta yaa yun su koo yuni ka junkuei vinde tukana ni ja itau saun, koo ni ka siaña.
Su koo ni ka kaan ja vi kuu samíi, tyi nde sagua koo tyi inu seen teyuu
Su samíi tuni ka jii.
Ni ka jino ni kekuei un ndute, ni ka janiinni jaama, ja ni kao ku ja yaayaa, suni ka ku ndii. Ni ka saa kiu, te ka janiinni jaama te ni ka kedoo ndikuaa.
Ja ku naa ni kuu saa. Te vinde vintan samíi ndiduni ka ñuun jaama un ndute, ndagua junkuin ja janiinni.
Onu nanakuei ndagua vi kuini naxa ka jaama su  ndajaniinni te ndekuei tuku un ndute. onu tyi janiinni kuakua te kanee in jaama.













EL HOMBRE MUERTO


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EL HOMBRE MUERTO

ÑAYIU NI JII

El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla. Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo. Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía. El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia. La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro. Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano! Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún! ¿Aún…? No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se está muriendo. Muerto. Puede considerarse muerto en su cómoda postura. Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevivido en el mundo? ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento? Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir. El hombre resiste -¡es tan imprevisto ese horror!- y piensa: es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira: ¿no es acaso ese el bananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. Allí están, muy cerca, deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven… Es la calma del mediodía; pero deben ser las doce. Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo del valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar… ¡Muerto! ¿pero es posible? ¿no es éste uno de los tantos días en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo con el machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa? ¡Pero sí! Alguien silba. No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente resonar en el puentecito los pasos del caballo… Es el muchacho que pasa todas las mañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando… Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien, porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia. ¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en Misiones, en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin duda! Gramilla corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo… Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en el vientre. Hace dos minutos: Se muere.
El hombre muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media… El muchacho de todos los días acaba de pasar el puente. ¡Pero no es posible que haya resbalado…! El mango de su machete (pronto deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe muy bien cómo se maneja un machete de monte. Está solamente muy fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre. ¿La prueba…? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó él mismo en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Ya ése es su bananal; y ése es su malacara, ¡resoplando cauteloso ante las púas del alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él está echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas. …Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos… Y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡Piapiá! ¿No es eso…? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo… ¡Qué pesadilla…! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido. …Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y antes había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos. Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tejamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja: el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobre la gramilla -descansando, porque está muy cansado. Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal como desearía. Ante las voces que ya están próximas -¡Piapiá!- vuelve un largo, largo rato las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido que ya ha descansado.
Nayiu jin kaa ma ni kas stii ni ka ndasavii uun yukun tuun ndikaa. Janikaña uu ka yukun; te oo kuakua yuku, ntiuun ja sa’a jonika kuu. Ñayiu yun, ni ni ndakodia nde neuun yutuun te ni yaa un ndesi ndagua kotu inunuu. Su unni sa’aa un ndesi te ni kuekaa, teni sia kaa ma, nun ndonso tuka ni jini kaa ma vi da ja katu un ñuun, sua xiin, nonio ni kuini. Yuu ma, ni ndanune, te ni ndakasi. Oo nanio ni kuini, koodo ma ni ka nokontaannu te ndaa satiin ma tyii ma oo, yostii kaa ni jini ndoo, su sagua yu naa. Ñayiu yun ni kuini skuyu xinima. Ni ndajionenu nu ndoo kaa ma, oo kooyoka jin ntaan ndaa ma. Ni ndakaniini naxa ni kiu kaa tyii ma, jan jakiin anu ma ja yuni ni cuenta. Kuu. Ora tekuo ndakaniini kuakuao ja koo in kiu ndesa kiaa, yoo te vi kuoo. Su sa ku ora ka ndakuantatyio in jityinika. Ja yaa ku ja ka ndetuo ja tuni ka jukuinuinio. ¡jikaka oo ndiyii, te ntiunoo ja vi koo tekukao! ¿a saa...? nikadii ini un oo; kuandauma tuni ka kanda. Ni ndii ni saa ja ñayiu yun: ja ma kuita. Ndiyii. Vatuni ja ni jii ndagua oo yun. Su ñayiu yun ndakune ndutyinuma te ndiaa. ¿a jan kunu katuoo? ¿nagua n i ndoo?. Nayiu yun kunde ini -¡ma kuantoon ja ndoo!- te ndakaniinni: too jini kueeo; ¡nauku ja yaa! ¿naguan sama? Tuni. Te ndiaa: ¿masu jayun ku stuun ndika? ¿masu ndii yuku vajikuei vi ndasavi? ¿naiin jini nanio ma? Ndiaa guagua, tu ndijin gua, te ndaa vijiín un nikadii. Yun kao, yatiin. Su tu ka kuuyu… su ja oo kauxi uu.neuun stuun ndika, nde sukuun yun, ñayiu yun jini skive’e ma ndikuaa. Tuka kuu kodia jikaka, su ji ni ja yatama oo ityi ja jakuei yuu ndute; te ityi xini ma, ityi vee, oo jityi Paraná kixiin. Ndidiii nonio oo; nkadii, tatyi yii yutuun titiini kao… ¡ni jiiri! ¿masu ja ndaa kuu? ¿masu ja yaa ku sava kiu ja kee ve’e ma jin kaa un ndaama? ¿masu yun oo nee kaa ma? ¿masu yun oo niinu kuun ndaa n u oo kai ma? ¡Su saa! Oo naiin skesuu. Tu kuu kondiaa, tyi sua yata oo jin ityi; jini soo ja kuaan in kuai ityi yun… telu ja yaa ndii ne’e kuu. Jini guagua, tenau ja ma, nuni kanee ja ndesi yun, ni tyikua. ¿na guan kuu? Ve’e tyoko… tuna gua ni sama. Nani ma kua ni sama. Inka nunu yikikuñu ma, tuka jini ja saa nu ve’e kiti ma, ja ni saa ma, n iñu yoo, ntiun ja ni ka saa ndaa ma.
Ni ka kindeña jin, ja ni saa in tityio yeyee jin in kaa un tyii ma. Inka nunuu: ni jii.
Ñayiu yun ja ni kuita te katu xiin, t janntoon ja ni kuu. Jinni ndii… sutyi lule inka ni yaa. ¡su  masu ntoon ni kueeka…! Ndoo kaa ma (kanu ja ndasama; ja ma ndii) ntiin guagua un ndaa santiin jin ja ndesi yun. Ja yaa uxi kiaa, made jini naxa kuanntiun in kaa. Toon ni kuitade ja ni santiun un nee sua, te toon ndatatu inunu nanio saa. ¡su ñuun ja kiu yuu ma ni jakiin ma! Ndiaa guagua; te tu kuu ini ndakuiko. Ndakaan guagua; te jini yoaa ndituun ja ku ntaan. Maku inni kuakua, te titi ni oo, ni ja itau tu ka kuuyu stuun. Ndikiu, nanio jayuun ndia ini ja oo yun. …ni kuita, su mani ndatatu. Jan kunu ku… ni kekuei ñasii ma jin u’u se’ee ma, vi ndaduña ndagua vi kaxeiin. Nini tatyi se’ee luluu ma ja kuini sia ndaa sii ma: ¡Piapiá! ¡Piapiá! ¿Masu jayuun ku…?. Jini tatyi se’ee ma… ¡su masu in kiu nanio ndidi ku! Yee guaguaa, kati  ndikuaan, ja inni nju tikayii oo kuñuu. Ni kuita kuakua, su jayuni ku. ¡nasaa jityi, saunduu nanio vintaan, jan  ndayaa, ja oku yukuu ja ni oku! Ndajiokuiin ve’e ma jin kaa ma un ndaa. Un kao ndika jin nutii ndikuaa… su kuai ni kuun ntaan, su tu kuuyu tyi kao ndugua. Nu ja kakana ja kaku yantiin -¡Piapiá!-, te ndii ini ya’aa nu oo ñayiu ja ndatatu.