sábado, 26 de noviembre de 2016

La cigüeña y la zorra (Jean de la Fontaine).

Hacía mucho tiempo que la zorra y la cigüeña no se veían, cuando un día se encontraron por casualidad.
La cigüeña era una excelente señora, pero a la zorra le mortificaba el airecito altanero con que caminaba, y se le ocurrió hacerle una broma.
Después de salameros saludos y tiernos abrazos, díjole la muy astuta:
– Para celebrar tan felicísimo encuentro, te invito a cenaren mi casa.
La cigüeña aceptó complacida creyendo en la sinceridad de la invitación y, poco después, estaban las dos conversando tranquilamente en casa de la zorra.
Cuando la cena estuvo lista, la anfitriona invitó a la cigüeña a pasar al comedor.
Una exquisita y fraganciosa comida las esperaba.
Pero la maligna zorra había servido todo sobre platos extendidos y, mientras ella comía a dos carrillos, la pobre cigüeña, con su largo y puntiagudo pico, no pudo probar bocado alguno.
La zorra, viendo lo que le sucedía a su convidada, se reía. Y como la cigüeña era en extremo educada, disimuló su contrariedad fingiendo que le había agradado la cena. Pero -está demás decirlo- se dio perfecta cuenta de la pesada broma de doña zorra.
Poco después, volvió a pasar la cigüeña frente a la casa de su amiga astuta y, luego de saludarla, añadió:
– Quiero corresponder a tu fina atención y te invito a comer en mi casa.
La zorra aceptó complacida, viendo que la ocasión le daría la oportunidad de comer sin gastar un centavo.
Llegaron a la vivienda de la cigüeña y, tras charlar un rato, pasaron al comedor. También les esperaba una riquísima comida, pero no sobre platos lisos, sino dentro de panzudas botellas de largos y estrechos cuellos.
Desde luego, la dueña de casa devoró cuanto quiso, porque con su larguísimo pico podía llegar hasta el fondo de las botellas.
La zorra, en cambio, pasaba y repasaba su hocico por el borde, estiraba la lengua y solo lograba lamer el frío vidrio sin sabor alguno, en tanto que le provocaba el exquisito olor de la comida.
De este modo, la cigüeña respondió con la misma moneda a la malintencionada zorra.
Moraleja: Quien mira al que engaña, se venga y no agravia.



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