Hace mucho tiempo sobrevino al reino
animal una espantosa peste que, poco a poco, fue diezmando a miles de bestias
en bosques, valles y collados.
En vista de esta alarmante situación,
el león, en extremo preocupado, preguntó a un mono de barbas blancas la causa de la
terrible calamidad.
— Esta peste es un castigo del cielo —opinó el simio— y creo que el único
remedio para aplacar la cólera celestial es
sacrificar a uno de nosotros.
— ¿Y cuál opinas tú que debe ser el animal sacrificado? —Inquirió el
león.
— El más cargado de
crímenes y fechorías —dictaminó el mono—. Que cada cual confiese sus faltas y
muera el mayor pecador.
El león cerró los ojos, se concentró y, tras corta pausa, dijo a sus
súbditos allí congregados:
— Por lo visto, amigos míos, está fuera de duda que quien debe
sacrificarse soy yo…, cometí grandes crímenes, maté a centenares de venados,
devoré innumerables vacas, terneros, ovejas y aun pastores.
Entonces, el zorro se adelantó y dijo:
— Juzgo conveniente la confesión de las otras fieras. Porque, para mí,
nada de lo que vuestra majestad manifestó constituye delito. Matar venados,
devorar vacas, terneros, ovejas y hombres no son crímenes. Son, incluso,
acciones que honran a nuestro rey, que nos liberó de seres quizá indeseables.
Cerrada ovación selló las últimas palabras del adulón, y nuestro león
fue declarado inocente.
Luego se presentó el tigre y se acusó
de abominables crímenes; pero el zorro probó, asimismo, que el felino era
un angelito de bondad.
Siguieron las confesiones de robos y
muertes de la hiena, del lobo, del oso y otras fieras, las que pasaron por
escrúpulos de monja boba.
Por fin, llegó el turno del sufrido borrico. El orejudo, arrepentido y
en extremo confuso, dijo:
— La consciencia me reprocha por haber comido algunas espigas de trigo
en los campos del señor Cura.
Los animales se miraron perplejos ¡Esto sí era grave! Y el zorro,
retomando la palabra, explicó:
— ¡He aquí, amigos, un gran criminal!
Tan terrible es lo que ha hecho, que está demás escuchar otras
confesiones. La víctima que se debe sacrificar es este jumento ladrón, que se
atrevió a comer el trigo con que se elabora
el Pan Eucarístico.
Todos estuvieron de acuerdo con la
sentencia. Y el pobre burro fue escogido
para el sacrificio.
Moraleja: Sálvense culpados veinte; pero no se condene a un
inocente.
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